Brecha digital de género y futuro laboral

Sonia Martínez

Si algo ha marcado la evolución de nuestra sociedad en los últimos años es la expansión de la tecnología. Esta expansión nos ha afectado a nivel simbólico y práctico. A nivel simbólico, la afecta a nuestra manera de concebir el mundo, las relaciones o la comunicación. Se crea una nueva conciencia de lo que somos, lo que son los demás y nos relaciona de una manera particular con el medio que nos rodea. La transformación del espacio está relacionada con el término acuñado por McLuhan (1968) de “aldea global”, cuyo caldo de cultivo ha sido la velocidad de las comunicaciones debida a los avances en tecnologías digitales.

El tiempo y el espacio se reducen hasta el punto de convertir el mundo en una aldea en la que poco a poco sus habitantes comienzan a conocerse y comunicarse. Esta transformación Ortiz (1997) la llama «desterritorialización del espacio” y Santos (1990) “unicidad del tiempo”, lo que supone comprender el espacio más allá de los condicionamientos físicos y transformarlo en una realidad social, con lo que podemos tener una visión más amplia y profunda del mundo en que vivimos. Otra transformación simbólica está relacionada con la concepción del tiempo, que se ha convertido en algo abstracto que en lugar de ayudarnos a organizar nuestra actividad diaria nos controla, pasa a ser una posesión que nos posee. También podríamos hablar de otras como la homogeneización cultural que conlleva que los valores culturales y sociales se diluyan y asimilen total o parcialmente de otros ajenos, habitualmente estrechamente relacionados con el estilo de vida occidental.

Por su parte, a nivel práctico se desarrollan transformaciones visibles, que se dan en el día a día y que son incluso susceptibles de medida, como el uso de la tecnología para múltiples actividades como la comunicación o búsqueda de información u otras como la extensión de nuevas formas de democracia participativa al margen de los sistemas políticos oficiales. La novedad del avance de las tecnologías digitales respecto a otros avances tecnológicos anteriores (como la imprenta) es su rápida extensión a nivel mundial de forma totalizadora abarcando todos los aspectos de la vida cotidiana. Llegando incluso a convertirse en un elemento que sirve para la integración social a la vez que genera justo lo contrario, puesto que aquellos que no tienen acceso o conocimiento para hacer uso de las tecnologías no solamente se mantienen al margen de los flujos de información y participación, sino que además se convierten en invisibles para los sí integrados en el nuevo orden tecnologizado de la realidad. De ahí surge el origen de la llamada “brecha digital”, término que acuñó Morrisett (Hoffman et al, 2001). Pero sería más correcto hablar de brechas, en plural porque se puede presentar de
formas diferentes:

 De acceso. Derivada de la falta o precariedad de infraestructuras y relacionada con las diferencias socioeconómicas. En España esta brecha se ha ido reduciendo significativamente en los últimos años.

 De uso. Relacionada con la falta de competencia digital que la pandemia ha dejado al descubierto con mayor claridad

 De aprovechamiento o calidad de uso: También relacionada con la falta de competencia digital, pero a otro nivel, digamos que existe una falta de dominio y se realiza un uso inadecuado o condicionado de las tecnologías.

 De género: Cuando el resto de brechas derivadas de la digitalización no afectan, pero las mujeres no acceden a estudios ni puestos de trabajo relacionados con tecnología o cuando su perspectiva de dominio de la tecnología es inferior hablamos de esta brecha
que afecta deriva de la asunción de roles de género diferenciados.

En 2022 Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) ha elaborado un informe acerca de la brecha digital de género del que recogemos algunos datos especialmente significativos:

 Educación: “Ellas suponen el 26% de las personas matriculadas en Ingeniería y Arquitectura en universidades españolas; el 74% son hombres. Este dato contrasta con el total de universitarios, donde el 57% son mujeres y el 43% son hombres

 Competencia digital: “En cuestión de competencias digitales, no hay apenas diferencia por género, por lo que cabría presuponer igualdad de oportunidades. Y sí, solo el 2% de la sociedad carece de habilidades digitales, pero el problema es que, en esa
minoría, la mayoría son mujeres.”

 Trabajo: “Siete de cada diez empresas españolas con especialistas en tecnología y digitalización no cuenta con especialistas femeninas en la materia”. Existen varias barreras que favorecen este escenario y que influyen directamente en la toma de decisiones de las mujeres respecto a su formación y trabajo. En primer lugar, se heredan roles que tienen que ver con cuidados que se suman a las dificultades para conciliar, lo que las aleja de ocupaciones a tiempo completo, más especializadas o con mayor responsabilidad.

Otro de los frenos tiene que ver con la falta de confianza, el “síndrome de la impostora” supone un desajuste entre la capacidad real y el autoconcepto que puede conllevar no aceptar mayor responsabilidad o retos profesionales para los que sin embargo pueden estar perfectamente preparadas o simplemente desmerecer sus propios méritos. Según el Libro Blanco de las mujeres en el ámbito tecnológico (Mateos y Gómez ,2019), la baja participación de las mujeres en la industria tecnológica se debe esencialmente a factores culturales que hunden sus raíces en el sistema que invisibiliza las aportaciones de las mujeres en el ámbito científico, además de incentivar a niñas y niños a decantarse por determinados estudios y profesiones que la sociedad considera acordes con su género.

Lo que está claro es que la tecnología es a la vez un producto humano y nos reconfigura como tales. Y esto afecta también en el mercado laboral. Las brechas digitales generan otras brechas como la salarial que conlleva precarización laboral y desigualdad social. Muchas de las ocupaciones más demandadas en la actualidad y a futuro están relacionadas con la tecnología están mayormente masculinizadas.

Comienza a ser urgente despertar vocaciones tecnológicas en las chicas más jóvenes, cuestionar lo roles de género que afectan a las decisiones respecto a la formación y lecciones laborales e implementar medidas para garantizar la conciliación real para que no se cierren puertas laborales antes de poder abrirse y sobre todo para lograr una sociedad futura más equitativa.


Hoffman, D.L, Novak, T.P. y Schlosser, A. E. (2001) The evolution of the digital divide: Examining the
relationship of race to internet access and usage over time. En Compaine, B. Digital Divide. Cambridge,
Massachussets: The MIT Press
Mateos Sillero, S. y Gómez Hernández, C. (2019). Libro Blanco de las mujeres en el ámbito tecnológico.
Secretaría de Estado para el Avance Digital (Ministerio de Economía y Empresa).

Mcluhan, M. (1968). In Fiori Q. (Ed.), Guerra y paz en la aldea global (J. Méndez Herrera Trans.). (1985ª ed.).
Barcelona: Planeta – Agostini.
Ortiz, R. (1997). Mundialización y cultura. Buenos Aires Editorial: Alianza.
Santos, M. (1990). Por una geografía nueva. Madrid: Espasa Calpe.
Velasco, L.Coord. (2022).Brecha digital de género. Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital.