Montserrat Brau, CEO de Mastercole
Mirémoslo así: el “arte de enseñar” sigue siendo un Arte (en mayúsculas) pero, cuando prácticamente hemos superado los primeros 25 años del siglo XXI, los pinceles para llenar de color el lienzo de los alumnos han cambiado.
En este sentido, sabemos que el rol del docente en el proceso de enseñanza-aprendizaje sigue siendo fundamental para asegurar que el alumno mantenga la ilusión por aprender, que afiance y mejore constantemente en la adquisición de saberes y competencias, que sea creativo y desarrolle el espíritu crítico, que sea feliz… Sin embargo, hasta hace relativamente poco, el docente se servía de unas herramientas que lo ayudaban de un modo que podríamos denominar auxiliar: lápiz, papel, libro, pizarra… Más modernamente, aparecen numerosos elementos “con toma de corriente y señal de internet” que permiten unos usos mucho más amplios (no vamos a abrir el melón de las distracciones, ¡que da para mucho!). Pero lo que nos ocupa aquí es el nuevo abanico de herramientas que, además, nos conectan a ese cerebro algorítmico que hemos convenido en llamar Inteligencia Artificial.
En el mercado disponemos ya de entornos de trabajo autónomos que pueden ofrecer a todos los alumnos contenidos adaptativos específicos, feedback de calidad inmediato y una atención individual para que, de verdad, el aula en su conjunto aprenda, sea cual sea la diversidad que albergue. Prohibir, o evitar, el uso adecuado de esta tecnología mientras tengamos en el aula 30 alumnos (algunos con serios trastornos del aprendizaje, otros con altas capacidades, quienes hacen inglés extraescolar o los que escasamente han sido escolarizados) puede ser un error imperdonable.
Porque, no nos engañemos, tenemos a los docentes con unos niveles de estrés muy, muy altos. El reto, entonces, está, por un lado, en exigir a los desarrolladores de esas soluciones que hacen uso de la IA que mantengan unos criterios éticos y nos permitan conocerlos (recomiendo la lectura del más reciente libro de Yuval Noah Harari, Nexus, publicado en septiembre de este mismo año). Por otro, y, si cabe, más importante todavía, exigir a los docentes que no renuncien a la didáctica.
La didáctica complementada por la Inteligencia Artificial
El docente de este segundo cuarto de siglo está llamado a conocer esas herramientas que le van a permitir liberarse del peso de saber que todos los alumnos del aula están, en cualquier momento, haciendo algo de provecho. El verbo “conocer” se nos puede quedar muy corto, porque lo que en realidad deberá saber es qué puede esperar de ellas, cuál va a ser su comportamiento en determinadas circunstancias, cuándo usarlas y cuándo no aportan, qué sesgo pueden llegar a mostrar los informes que generan o en base a qué organizan su lógica.
Además, necesitará replantear profundamente su papel como mentor, sensei, coach o cualquier otro denominador que consideremos, porque si el docente traspasa su papel protagonista a la IA, no dude que esta lo va a ejercer, con un liderazgo contundente.
Cuando el neoludismo sobrevuele nuestra mente, me atrevo a proponer un reto: pensemos en ese alumno que nos ocupa mucho más espacio intelectual y emocional que la media desde que lo conocimos; a continuación, valoremos si es mejor lo que está haciendo en clase ahora o si sería más favorable para él que pudiera trabajar (solo o en grupo) en algo realmente adaptado a su momento madurativo. Una respuesta sincera siempre merecerá la pena.
Si los docentes pasamos de ser consumidores pasivos o temerosos de la IA a ser usuarios exigentes frente a las posibilidades que nos ofrece, quizá la personalización del aprendizaje podrá producirse sin tanta heroicidad como hasta ahora. Como nos suplicaba Benedetti
“No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento”.
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