EDUCACIÓN, LIDERAZGO, MUJER

Juntas responderemos a los desafíos pedagógicos de hoy y de mañana

Inicio este post con el agradecimiento a todo el equipo MLE y, en especial, a Ana Mª Farré, por la invitación a participar en “Expertas” de MLE. Estoy segura que éste será el escenario propicio para compartir reflexión sobre educación en clave de liderazgo femenino. Son estas tres palabras, “mujer”, “liderazgo” y “educación” las que juntas generarán nuevas perspectivas, visiones renovadas y soluciones innovadoras.

Cuando me llamó Ana Mª para comentarme su ilusionante proyecto y me dijo “habla de lo que quieras”, me quedé pensando en lo que yo podía aportar, porque, más que hablar, me apasiona escuchar y reflexionar con otros. Y pensé en lo que disfrutaría al compartir este post con tantas mujeres con las que tengo la tremenda suerte de caminar la vida educativa, las que construyen con su trabajo y dedicación la verdadera educación que deja huella en las personas. Estoy segura que a muchas las leeréis pronto en este espacio.

Así que lo que puedo ofrecer es el reflejo de lo que aprendo cada día con ellas. Por ellas, hablo desde la esperanza en un mañana educativo del que desconozco tantos aspectos, del que intuyo algunos retos, oportunidades y amenazas, y en el que desearía ver realizadas tantas aspiraciones e ilusiones. Un mañana que sabemos que empieza hoy con nuestro hacer cotidiano que lo construye y que también lo condiciona. Este hoy educativo protagonizado por los alumnos, pero de forma determinante también por los educadores desde nuestro papel activo en la construcción de cada proyecto de vida que se teje en cada niño. De ahí que mi hoy se centre en la búsqueda de procesos de innovación y cambio educativo que impulsen el protagonismo del alumno para que sean capaces de liderar su vida y mejorar la vida de los demás.

No es nada fácil acertar con la clave de lo que debe aprender un buen ciudadano del siglo XXI (en el terreno cognitivo, socio-afectivo, espiritual, de valores), para abrirles al conocimiento propio y del mundo que les rodea, para facilitarles la convivencia desde la solidaridad, y para que desarrollen sus competencias con responsabilidad y libertad. No se trata solo de trabajar las materias o los contenidos que tienen que saber, sino el ser integral de la

persona. Por ello, creo en la educación que transforma vidas. Lo afirmo con sumo respeto y cuidado, por su dimensión de amor y servicio a nuestros alumnos, especialmente a aquellos que más lo necesitan, por su repercusión profunda en la vida y en el quehacer de tantas personas implicadas en el proceso educativo y por su trascendencia en la transformación de nuestra sociedad. Educación que es todo un desafío, al que debemos dar respuesta juntos y más en este cambio de época donde es tan fácil “perder el rumbo”.

Tengo el privilegio de formar parte de una institución (Escuelas Católicas) que junto a muchas otras organizaciones y expertos, me permite pulsar los desafíos pedagógicos a los que ya nos estamos enfrentando y los que se nos avecinan. Los centros e instituciones queremos seguir cumpliendo con nuestra misión educativa de la mejor manera posible, desde nuestra visión, e introducir procesos pedagógicos personalizados, inclusivos, rigurosos y contextualizados, y actualizar los métodos de enseñanza y la organización pedagógica. Por ello, necesitamos hacer realidad algunos cambios estructurales y curriculares para que el centro se organice en torno al protagonismo del alumno y su aprendizaje.

Necesitamos impulsar una nueva cultura organizativa en nuestras escuelas para llegar a ser organizaciones que aprenden; distinguirnos por una mayor coordinación, participación, colaboración y comunicación vertical y horizontal para que el proyecto educativo del centro impregne toda la vida de la escuela y sea coherente desde cada programación de aula. La organización que aprende es principalmente una organización dual, que crece, se transforma e innova desde la comunidad en red, basada en el poder de las personas, en su talento, en la confianza.

Hace falta un profesorado preparado y partícipe, con una sólida formación inicial y continua, con acompañamiento y práctica reflexiva que lo mantenga al día de los aspectos pedagógicos relevantes con recursos y disponibilidad del tiempo necesario para diseñar sus programaciones de aula, que trabaje en redes de colaboración y que comparta proyectos y experiencias.

Y, por supuesto, necesitamos un liderazgo distribuido, que genere un clima de relación, implicación y cohesión del profesorado y de los equipos directivos alrededor de la visión compartida, de tal forma que cada maestro y profesor sea también un líder (Del Pozo et al., 2016). Estos líderes cuidan su bienestar emocional para poder cuidar el de los demás; establecen un diálogo reflexivo

entre profesores, alumnos, familias, etc.; promueven y utilizan canales eficaces de colaboración; están atentos a las iniciativas propuestas por los equipos y les otorgan autonomía para su ejecución; crean ambiente positivo; dirigen y acompañan de manera imaginativa; y valoran al claustro y al resto de la comunidad de la que forman parte (Martín Murga, M., 2021).

Pero todo a la vez no lo podemos llevar a la acción. De ahí la importancia de reflexionar “desde dentro” sobre lo que tendríamos que cambiar en nuestros centros y generar un buen plan de mejora pedagógico con preguntas clave: ¿dónde vamos a poner el foco?, ¿por qué, para quién y qué podemos hacer?, ¿cuándo, cómo y qué recursos tenemos disponibles? Y no olvidemos la evaluación de cada proceso para recalibrar hacia dónde vamos.

Ojalá que construyamos respuestas entre todas y pongamos “taller” a las ideas. Que no se pierda ninguna en este camino tan apasionante. Juntas, somos red.

Irene Arrimadas

Directora de innovación pedagógica de Escuelas Católicas Nacional

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